Conferencia

I. Introducción a la evidencia arqueológica – Parte 2

La evidencia arqueológica ha sido de mucha utilidad en los estudios del Nuevo Testamento, especialmente en los últimos cincuenta años. En esta unidad analizaremos los hallazgos literarios importantes, las obras de arte imperial, el arte religioso y el impacto arqueológico en lo que sabemos de la vida, la muerte y la sepultura de Jesucristo.

II. Hallazgos literarios importantes

Aunque la mayoría de la evidencia arqueológica puede resultar interesante para algunos lectores de la Biblia, los hallazgos literarios pueden tener mucha relevancia en el campo de los estudios bíblicos. Los hallazgos literarios importantes relacionados con el Nuevo Testamento y los estudios históricos de la iglesia primitiva incluyen los Rollos del Mar Muerto, el Códice Sinaíticus, los códices de Nag Hammadi y las cartas de Bar Kochba.

A. Los Rollos del Mar Muerto

El descubrimiento casual, en la primavera de 1946, de siete rollos antiguos en una cueva en el desierto de Judá fue el comienzo de hallazgos similares en otras diez cuevas situadas cerca de un sitio conocido con el nombre contemporáneo árabe de Qumran. Este lugar está ubicado unos trece kilómetros al sur de Jericó y más de dos kilómetros al oeste del mar Muerto. Después de una década sin descubrimientos, Yigael Yadin recuperó de las bodegas de un vendedor de antigüedades de Belén, el Rollo del Templo, el más extenso de todos. Los manuscritos aparentemente corresponden a 800 documentos individuales, unos 240 de los cuales son copias de libros de la Biblia Hebrea. Unos diez rollos están casi completos, pero la mayoría consiste en innumerables fragmentos. Estos descubrimientos arrojaron más luz sobre el contexto del Nuevo Testamento; los personajes, sus creencias y sus reacciones a las situaciones políticas y religiosas. De acuerdo a su contenido y género literario, los rollos se dividen en cuatro categorías importantes. Ellas son:

1. La Biblia Hebrea. Las copias de libros de la Biblia Hebrea constituyen aproximadamente un treinta por ciento del hallazgo. Con la excepción del libro de Ester, todos los libros de las Escrituras Hebreas están presentes en Qumran.

2. Los libros Apócrifos. Un veinticinco por ciento de lo que se encontró está compuesto por manuscritos en hebreo y arameo de los libros apócrifos, como los Testamentos de los Doce Patriarcas, Tobías, Jubileos, y 1 Enoc, como así también escritos similares desconocidos hasta ahora, por ejemplo, Génesis Apócrifo, los Salmos de Josué, entre otros.

3. Los manuscritos desconocidos anteriormente. Otro veinticinco por ciento consiste en copias de libros que no se conocían antes: manuscritos de sabiduría, oraciones y compilaciones de oraciones, etc. Probablemente hayan pertenecido a lo que puede considerarse la posición literaria común del judaísmo a fines del período del segundo templo.

4. La literatura de la comunidad del pacto renovado. Aproximadamente un quinto de la colección de manuscritos consiste en escritos hebreos de varios géneros literarios que evidentemente constituían la literatura particular de la «comunidad del pacto renovado». Estos trabajos son de especial interés porque nos ayudan a entender el universo conceptual de los integrantes del pacto y la estructura socio religiosa de su comunidad.

B. El Códice Sinaíticus

En 1844, Constantine Tischendorf, en búsqueda de manuscritos bíblicos llegó al monasterio ortodoxo de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. Durante su estadía, descubrió una pila de pergaminos que se iban a usar para encender el horno del monasterio. Al hojearlos, se dio cuenta de que los monjes estaban a punto de quemar una edición poco común de la Biblia Hebrea. Aunque no pudo convencerlos de que se la dieran, fue capaz de evitar que la usaran como combustible.

Tischendorf volvió al monasterio dos veces más antes de que los monjes le permitieran examinar un gran manuscrito que guardaban en un armario. Para su sorpresa y deleite, este manuscrito del siglo cuatro, que se encontraba en excelentes condiciones, contenía la mayor parte del Antiguo Testamento y todo el Nuevo Testamento, además de dos escritos adicionales de los primeros cristianos: la Epístola de Bernabé y el Pastor de Hermas. Los monjes solo le permitieron hacer una copia a mano del manuscrito. No fue sino hasta principios del siglo veinte que finalmente se publicó un facsímil fotográfico de todo el manuscrito del Códice Sinaíticus.

C. Los códices de Nag Hammadi

Como sucedió con los Rollos del Mar Muerto, el descubrimiento de los tesoros literarios de Nag Hammadi fue prácticamente accidental. Varios cientos de kilómetros al sur de El Cairo, más allá del antiguo monasterio de San Pacomio en Chenoboskion, un grupo de granjeros estaba cavando el rico suelo del lecho del río Nilo para usarlo como fertilizante. Uno de ellos, Mohammed Ali, se topó con una gran vasija sellada. Con la esperanza de encontrar oro, o quizás un tesoro de monedas, la rompió para abrirla. De adentro cayeron doce códices forrados en cuero. Era el año 1945.

Mohammed le dio uno de los libros a su cuñado, que al final lo vendió al museo de El Cairo. De los once libros restantes, uno fue quemado parcialmente por la esposa de Mohammed, y los demás fueron a parar a las manos de mercaderes locales. Se tardó más de treinta años en recuperar, reunir y editar los códices de Nag Hammadi para ser publicados.

Desafortunadamente, no se sabe nada de la historia del grupo que reunió esta colección. Son copias en copto de manuscritos que originalmente se habían escrito en griego. Los manuscritos versan sobre temas variados y pareciera que originalmente fueron redactados por diferentes autores, en diferentes épocas y en diversos lugares. El hilo común de estos escritos tan diferentes de la colección de Nag Hammadi es un énfasis en un conocimiento secreto o salvador (gnosis), como también otro distanciamiento la sociedad de la tierra en general y un deseo de apartarse de la corrupción del mundo material.

D. Los descubrimientos de Bar Kochba

El levantamiento judío contra Roma de 132-135 d.C., no fue registrado detalladamente por ningún historiador del segundo siglo, pero es un evento extremadamente importante en la historia de los judíos. Fue la última lucha por la independencia judía que tuvo lugar en Palestina hasta la guerra por la independencia de Israel de 1947-48. Hasta hace poco tiempo, la única información conocida sobre esta sublevación y su líder Simón Bar Kochba (Cochba) se encontraba en el Talmud y en algunas breves referencias de otras obras.

En 1951 y 1952, a partir de algunas excavaciones arqueológicas, se encontró la primera evidencia física de la revuelta; varios atados de papiros y cuero que contenían extractos y documentos que databan de aproximadamente 132 d.C. Fue especialmente interesante el descubrimiento de dos cartas enviadas por Simón Bar Kochba, una de las cuales probablemente fuera redactada o dictada por él mismo y contiene su firma. Todos estos descubrimientos fueron hechos en las cuevas del Wadi Murabba’at en el Jordán, unos dieciocho kilómetros al sur de Qumran. En 1960, una expedición añadió otras quince cartas dirigidas a Bar Kochba o de su autoría y dos fragmentos de pergaminos de Éxodo que fueron insertados en filacterias y datan del primer siglo. La expedición de 1961 agregó una gran cantidad de material. Se encontraron casi cincuenta papiros y un gran número de herramientas, canastas, textiles, etc. Todos los documentos pertenecían a la época del segundo levantamiento o antes.

III. Las obras de arte imperial

Un ejemplo importante de obras de arte imperial creadas específicamente para transmitir mensajes políticos a los ciudadanos de Roma y los habitantes del imperio fue la construcción y la decoración de numerosos arcos del triunfo. Estos arcos se construyeron con fondos del gobierno en varios poblados del imperio, pero especialmente en la misma ciudad de Roma.

A. El arco de Tito

El décimo día del mes de Av, a fines de agosto del año 70 d.C., fue destruido el templo de Jerusalén. Cuando volvió a Roma en el 71, Tito celebró el triunfo logrado con su padre, el emperador Vespasiano. En la procesión estaban los líderes enemigos, Simón Bar Giora y Juan de Giscala y varios objetos que fueron tomados del templo (particularmente, la menorá, la mesa y las trompetas). Simón fue decapitado, Juan probablemente esclavizado y los objetos sagrados fueron depositados en el Templo de la Paz, en Roma. Para celebrar la victoria, en los años siguientes se construyeron dos arcos del triunfo. Uno fue destruido en el siglo catorce o quince, pero el otro todavía está en pie en Roma y se lo conoce como el arco de Tito.

En el Libro Séptimo de la Guerra de los Judíos, el historiador judío Josefo describe con muchos detalles el gran desfile victorioso llevado a cabo en Roma inmediatamente después de la guerra. Si comparamos minuciosamente las escenas talladas en el arco y la descripción literaria de Josefo vemos que una parte importante de la decoración en relieve en el arco es una narración visual de ese desfile victorioso. Por ejemplo, un panel muestra parte de una procesión en la que llevan el botín de Jerusalén en andas. Los despojos son los objetos de culto, como la mesa de la «presencia». También se ve grabada una magnífica reproducción de un candelabro con siete brazos, o sea, la menorá.

Otros paneles se centran en la persona de Tito. Una escena muestra su lugar en la procesión triunfal. Se lo ve en un carro espectacularmente decorado, tirado por cuatro caballos. Arriba de su cabeza, la misma diosa Victoria sostiene una corona dorada. Pero la escena que adquiere mayor relevancia registra un evento que tuvo lugar once años después. El emperador muerto está subiendo al cielo en las alas de un águila. Si interpretamos todo como un solo mensaje visual, el arco celebra a Tito como el héroe de la guerra de los judíos, que al final se convirtió en dios por su extraordinario servicio para mantener la paz del imperio. Podemos comprender mucho mejor el resultado de la guerra de los judíos y lo que significó para quienes participaron en ella, gracias a que afortunadamente el arco sobrevivió hasta nuestros días.

B. Las monedas imperiales

Las monedas romanas fueron apareciendo gradualmente a partir del cuarto siglo a.C. Los emperadores romanos recurrieron al uso generalizado del arte monumental para difundir sus mensajes políticos y religiosos, pero también contaban con el medio bastante más simple pero extremadamente efectivo de las monedas imperiales. Dos de los mensajes más comunes que enfatizaban las monedas romanas sobre los emperadores tenía que ver con los logros en combate que mantenían la paz del imperio, y los beneficios generosos que consolidaban el bienestar material de los súbditos.

Los evangelios nos cuentan que Jesús dice: «Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios» (Mr. 12:17; Mt. 22:21; Lc. 20:25). Estas palabras fueron dichas cuando un fariseo trajo una moneda con la imagen del rostro del emperador en una de las caras. La frase resalta que no importa lo poderoso que pueda parecer el emperador, su influencia es terrenal y no se extiende al reino espiritual.

IV. El arte religioso

Otra manera en la que los vestigios materiales pueden ayudarnos a comprender mejor el mundo en el que se difundió el evangelio es oír otros mensajes de esperanza y salvación que parecen haber atraído a los habitantes comunes del mundo greco romano. Los hallazgos en la ciudad provincial de Filipos son un buen ejemplo.

A. El antiguo graffiti de Filipos

Ubicada al noreste de la actual Grecia, Filipos era una colonia romana cercana el extremo oriental del camino de Egnatia o la Via Egnatia, la mayor ruta terrestre desde Roma hasta la costa del Egeo. Hasta hoy, los visitantes pueden ver los restos de su foro, con los vestigios de las que alguna vez fueran espléndidas fuentes, la completa biblioteca, las oficinas municipales, y los templos monumentales en honor a la patrona de la ciudad y la familia imperial. Al norte están las laderas del altiplano balcánico, el este se yergue el monte Orbelos y al oeste el monte Pangeo (Pangaion).

En el lado norte de la Via Egnatia nos encontramos con un brusco afloramiento de rocas, que lleva a las partes más elevadas del monte Pangeo. En diferentes partes de este solitario tramo rocoso, vemos una inmensa cantidad de representaciones religiosas talladas bastante de manera bastante primitiva; son un testigo gráfico y conmovedor de la devoción simple de esta gente común. La mayoría parece haberlo hecho como acto de piedad y gratitud por algún milagro de protección, sanidad o rescate que el dios o la diosa a quien se le atribuye tal acción hizo en favor del suplicante.

Hasta ahora se han identificado 187 relieves, que forman algo que parece un santuario al aire libre. La diosa Diana (deidad romana que en la mitología griega era Artemisa) o diosa de la caza, es la que más se destaca. En realidad, hay más de noventa representaciones individuales de esta deidad en varias poses como cazadora. Esta evidencia del interés popular por los riesgos y los beneficios de la caza se enfatiza más aún por la presencia, entre las mismas rocas, de un santuario tallado de manera tosca dedicado a Silvano, dios romano de los campos y las selvas.

También hay figuras de otros dioses, entre ellos Cibeles, la diosa madre de Frigia. Bien arriba en la montaña, Isis tenía su propio templo y un pequeño complejo de santuarios, pero también tenía su lugar entre los grabados de la roca. Aunque era originalmente egipcia, Isis se volvió muy popular en el Imperio Romano como diosa compasiva que podía sanar, proteger y posiblemente darles a sus adoradores una mejor vida en el otro mundo. En una de las escasas inscripciones que acompañan un relieve, se la honra como la Reina del Cielo, título con que frecuentemente se la nombraba.

Lo que tienen en común las otras deidades honradas en este desolado afloramiento rocoso es que le concedían importancia y protección a gente común y a las ocupaciones y preocupaciones de sus vidas cotidianas. Pablo parece haber comprendido esta necesidad, ya que alentó a los filipenses diciendo: «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios» (Fil. 4:6).

B. Las tumbas y los osarios

Bajo la influencia greco romana, las tumbas de Palestina adoptaron las formas exteriores y la ornamentación características de la arquitectura clásica. Las fachadas y los monumentos elaborados, esculpidos en la roca viva en el lado del valle de Cedrón, nos dan una idea de cómo debe haber sido la necrópolis cuando literalmente cientos de tumbas similares se veían alrededor de los límites de la ciudad sobre las laderas del monte Scopus, el monte de los Olivos y otros frentes rocosos del área.

Los monumentos solo atraen la atención hacia las tumbas, que estaban talladas en la roca y ubicadas fuera del muro de la ciudad. Para ingresar, había que agacharse a fin de poder pasar por el pequeño pasillo que bajaba por una escalera hasta una gran cavidad en donde había bancos de piedra junto a las paredes. El cuerpo sin vida se colocaba en uno de esos bancos. Luego se sellaba la tumba haciendo rodar una piedra circular para tapar la pequeña entrada. Esta era la primera sepultura.

Después de aproximadamente un año, la familia volvía a la tumba y recolectaba los huesos del fallecido para ponerlos en un osario, siguiendo con cuidado un ritual preestablecido. El uso de cofres para huesos u osarios fue una innovación desde el tercer siglo a.C. en adelante. Siguieron el modelo de los ataúdes romanos para cremación y consistían en cajas de piedra, de unos 90 centímetros de largo, con tapas. Luego se colocaba la caja en uno de los nichos más pequeños, que estaba tallado en las paredes de la cavidad principal de la tumba. Los osarios frecuentemente estaban adornados con elaborados diseños geométricos e inscripciones de nombres en arameo. Se recuperaron cientos de osarios que resultan tan interesantes para los eruditos bíblicos como lo son las catacumbas cristianas encontradas en Roma.

C. Las catacumbas

De todos los caminos que conducían a Roma, el de Appia Antica, construido en 312 a.C., era el más importante. Por la Vía Appia, los patricios romanos construyeron majestuosos monumentos sobre el suelo, mientras que los cristianos se reunían en las catacumbas que estaban abajo. En la actualidad se pueden ver los restos tanto de los unos como de las otras. En algunas de las grutas frías, húmedas y oscuras todavía se pueden observar vestigios del arte cristiano primitivo. La exploración masiva y prácticamente continua de las catacumbas de los primeros cristianos permitió que se conociera un mundo rico, aunque bastante oculto de arte e iconografía de los creyentes. Si bien para algunos cristianos las catacumbas romanas deben haber sido objeto de peregrinaje religioso desde su creación, recién en el siglo quince los eruditos comenzaron a visitarlas para la investigación histórica. A fines del siglo dieciséis, la excavación de un área del norte de las afueras de la ciudad condujo a otra tumba subterránea importante. Se han seguido descubriendo catacumbas casi hasta la actualidad.

¿Cómo expresaban su devoción los cristianos del tercer y el cuarto siglo en las pinturas de los muros que rodeaban estas tumbas cristianas? (1) Primero, las figuras humanas, que generalmente representan muertos, están de pie con los brazos y los grandes ojos levantados en actitud de oración, como lo hacían los cristianos de la época. (2) Las tumbas de los primeros cristianos también se decoraban con símbolos religiosos como cruces y peces. (3) En tercer lugar, a menudo se representaban las variadas escenas de las historias bíblicas. El tema más común de todos, era la imagen de Cristo como el Buen Pastor.

V. La vida de Cristo

Existen muchos otros sitios arqueológicos y hallazgos sobre la vida, la muerte y la sepultura de la persona de Cristo Jesús.

A. Belén

Mateo 2:1 y Lucas 2:4-7 dicen que Jesús nació en Belén, ciudad enclavada en los montes a unos 765 metros sobre el nivel del mar y aproximadamente 9 kilómetros al sur de Jerusalén. Tradiciones muy antiguas ubican el nacimiento de Jesús en una cueva de esa ciudad. Justino Mártir, que escribió el Diálogo con Trifon poco después de mediados del segundo siglo, dice: «Pero cuando el niño nación en Belén, como José no pudo encontrar lugar en esa ciudad, se acomodó en una cueva de los alrededores» (N. del T.: Traducción libre). Orígenes, que frecuentó Palestina desde 215 en adelante y escribió Contra Celso aproximadamente en 248, habla como si él mismo hubiera sido uno de los que vio esa cueva, afirmación que evidentemente pertenece a la misma tradición. Posiblemente fuera sobre esta tumba que el emperador Constantino construyera una iglesia y la dedicara a su madre Helena, quien visitó Belén aproximadamente en 327. Todavía puede visitarse la Iglesia de la Natividad en Belén.

B. Séforis

Tradicionalmente, a Jesús se lo representa como un carpintero rural con poca exposición urbana, pero las excavaciones de Séforis han comenzado a cuestionar ese concepto. Las ruinas del palacio, las arcadas, el foro, el teatro y las casas de Séforis muestran que la cultura de Galilea que influyó en Jesús era mucho más sofisticada y urbana de lo que se pensaba que fuera posible. Esta ciudad estratégica, capital de Galilea durante la juventud de Jesús, estaba sólo seis kilómetros al norte de Nazaret. Séforis era, según Josefo «el adorno de toda la Galilea» y la concurrida y bulliciosa capital de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande.

Esta ciudad y sede gubernamental, se enorgullecía por la majestuosidad de la residencia real del opulento Antipas, las oficinas administrativas, el banco real y los archivos. Dentro de los muros bien fortificados de la ciudad se erigían la espléndida fortaleza, la oficina central de la policía secreta de Antipas y del personal militar encargado de mantener la paz y proteger las fronteras. Los arqueólogos han descubierto cientos de miles de cerámicas fáciles de fechar; mármoles importados de una docena de colores, fragmentos de frescos brillantes, yesos artísticos, columnas de caliza tersas y redondeadas, capiteles con adornos tallados, cientos de monedas, veintenas de vasijas de cerámica completas, bellísimos mosaicos, figuras de bronce, cadenas de oro, marfil tallado y otros artículos, que demuestran que Séforis, durante el período romano temprano y medio, era una próspera metrópolis. Richard A. Batey, arqueólogo que excavó en Séforis por años, afirma en su libro «Jesus and the Forgotten City»: «Las permanentes excavaciones arqueológicas aportan pruebas sobre la cultura urbana sofisticada que ubica a Jesús en un entorno diametralmente opuesto que cuestiona las suposiciones tradicionales sobre su vida y su ministerio» (N. del T.: Traducción libre, p. 14).

C. Gerasa (Jerash)

Otra localidad urbana que Jesús podría haber visitado fue Gerasa, una de las ciudades importantes de la Decápolis. Los habitantes de esta ciudad y sus alrededores eran los gerasenses o gadarenos. En la actualidad se la conoce como Jerash y está ubicada unos 36 kilómetros al norte de Amán (capital de Jordania), 30 kilómetros al este del río Jordán y 60 kilómetros al sudeste del mar de Galilea. La identificación se basa en la similitud entre el nombre antiguo y el nombre moderno, y en las inscripciones que describen a los residentes antiguos como «los primeros gerasenses». La Biblia no nombra la ciudad en sí, pero habla de «la tierra de los gadarenos» (Mc. 5:1).

El Departamento de Antigüedades de Jordania excavó el sitio desde 1953. Gerasa, excelente ejemplo de planificación urbana, tiene una única calle principal cortada en ángulos rectos por dos calles perpendiculares. La calle principal tiene casi un kilómetro de longitud y a cada lado se yerguen 260 columnas corintias y jónicas. Las calles laterales estaban igualmente adornadas con columnas, y había un sistema de drenaje que surcaba las calles en el centro. Hacia el oeste de la calle principal, en el punto más alto, se erigía un templo de Artemisa del segundo siglo, al este había dos complejos de baños y al norte estaba el teatro. En el extremo sur de la calle se levantaba un foro circular del siglo primero, único en el mundo greco romano. Desde el foro, un extenso tramo de escaleras llevaba al templo de Zeus, cuya construcción comenzó en el 22 d.C. Junto a él estaba el teatro sur (siglo primero), capaz de acomodar a unas 5000 personas. La entrada sur de la ciudad consistía en un gran arco triunfal que conmemoraba la visita de Adriano a la ciudad en 129 d.C., y a su lado se extendía el hipódromo. En las excavaciones aparecieron las ruinas de trece iglesias.

VI. La muerte de Cristo

Aunque no tenemos evidencia directa de la muerte y la sepultura de Cristo, hay hallazgos arqueológicos que pueden arrojar luz sobre ese período de su paso por la tierra.

A. Pilato: la inscripción y las monedas

Poncio Pilato, nacido en Sevilla, España, vivía en Cesarea, donde fue nombrado procurador de Judea (26-36 d.C.). Durante las excavaciones en el teatro romano de Cesarea en 1961, se encontró un hallazgo extraordinario: una piedra con una inscripción. La piedra había sido usada para hacer de descanso de un tramo de escalones en una de las entradas a los asientos del teatro y estaba bastante descascarada en el extremo izquierdo, probablemente desde esa época. Originalmente debe haber estado incrustada en la pared del edificio al que estaba dedicada la inscripción. Cuatro líneas son legibles, al menos parcialmente. Después de ser restauradas y traducidas, las frases dicen lo siguiente: «Al pueblo de Cesarea/Tiberio/Poncio Pilato/Prefecto de Judea». Fue la primera evidencia epigráfica sobre Poncio Pilato, autoridad a cargo durante la crucifixión de Jesús.

Además, durante su mandato, se usó por primera vez un símbolo pagano en un leptón judío (moneda pequeña), el «lituo» o báculo que usaban los augures, con la leyenda «Tiberio César». En el reverso de esta moneda figura el año 17, y podría haber circulado hasta el 30 d.C., año probable de la crucifixión de Jesús. Otro tipo de moneda emitida por Pilato tiene tres espigas de trigo unidas formando un manojo. El reverso tiene un simpulum o cucharón que se usaba para verter líquidos durante la celebración de un sacrificio. Se trata de otro símbolo romano. Estas monedas ilustran la total falta de interés de Pilato por los sentimientos de sus súbditos judíos.

B. Evidencia de una crucifixión romana

A principios del verano de 1968, un equipo de arqueólogos descubrió cuatro tumbas en cuevas en Giv’at ha-Mivtar (Ras el-Masaref), al norte de Jerusalén. La fecha de las tumbas, según se determinó por la cerámica del lugar, oscilaba entre fines del segundo siglo a.C., y el año 70 d.C. Una de esas tumbas contenía un hombre entre veinticuatro y veintiocho años de edad, que había sido crucificado. Su nombre estaba grabado en el osario en letras de casi dos centímetros de alto: Jehohanan. Probablemente fuera crucificado entre 6 d.C., época del levantamiento por el censo y el año 66, comienzo de la guerra contra Roma. Las marcas de violencia que tiene el esqueleto son resultado directo o indirecto del proceso de crucifixión.

El tercio inferior del hueso radial derecho tenía un surco, probablemente causado por la fricción entre un clavo y el hueso. Parece que los brazos fueron clavados al patíbulo por los antebrazos y no por las muñecas, ya que estos huesos no mostraban daños. Podría ser más exacto traducir las únicas referencias de los Evangelios que mencionan las «manos» de Jesús crucificado (Lc. 24 y Jn. 20) por «brazos». Por ejemplo, según Juan 20:27, Jesús le dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos».

Las piernas estaban juntas, dobladas y torcidas de manera que las pantorrillas debieron estar paralelas al patíbulo. Los pies fueron asegurados a la cruz con un solo clavo que pasó simultáneamente por ambos talones (huesos calcáneos). El clavo de hierro contenía debajo de la cabeza redondeada: sedimento, fragmentos de madera (acacia o almendro), corteza, una porción del hueso del talón derecho, un pequeño trozo del hueso del talón izquierdo y un fragmento de madera de olivo. Aparentemente, Jehohanan fue crucificado en una cruz de madera de olivo con el pie derecho sobre el izquierdo. Mientras estaba en la cruz, probablemente después de cierto tiempo, sus piernas fueron fracturadas. Un golpe contundente de algún elemento muy pesado debió destrozar la canilla derecha fracturando la izquierda, que estaba más próxima a la cruz, en línea oblicua recta. Ahora contamos con pruebas empíricas de que se usaban clavos en la cruz, parte de la crucifixión sobre la que todavía había dudas.

VII. La sepultura de Cristo

Jesús murió en una colina fuera de los muros de Jerusalén. Las actividades en la cantera habían dado al lugar la forma de una calavera (Gólgota). El cuerpo de Jesús fue sacado de la cruz y sepultado en una cueva cercana. Aproximadamente entre 40 y 44, Herodes Agripa agrandó Jerusalén construyendo un «tercer muro». Así, el sector del calvario y la tumba quedaron dentro de la ciudad. Para complicar más la historia del sitio, en el año 70 d.C. Tito niveló la ciudad.

A. La iglesia del Santo Sepulcro

Es altamente probable que los primeros cristianos de Jerusalén recordaran el lugar del Gólgota y de la tumba de Jesús. Eusebio dice que el emperador Adriano (117-138) cubrió el santo sepulcro con tierra, pavimentó toda el área y allí construyó un santuario dedicado a Venus. Mucho después, Constantino ordenó que se destruyera ese santuario y mientras lo hacían, contra cualquier expectativa, apareció una tumba. Evidentemente era la única tumba de las inmediaciones, por lo que se interpretó que había sido la sepultura de Cristo. Después de eso Constantino ordenó al obispo Macario que construyera una iglesia o basílica sobre el lugar. Esta basílica incluía el Calvario y una rotonda sobre el sepulcro. Para hacerlo, se nivelaron los costados del calvario a fin de darle una forma similar a la de un balcón. Además, se sacó la colina que estaba alrededor de la cueva de la tumba. En 335 se hizo la dedicación de la iglesia. La basílica, con el aspecto actual, fue completada por quienes llevaron a cabo las cruzadas, que incorporaron elementos de edificios anteriores. La restauración moderna de la basílica comenzó en 1959.

B. El calvario de Gordon y la tumba del jardín

En 1842, Otto Thenius sugirió que la colina rocosa al este de la Puerta de Damasco en el camino a Nablus era el lugar real del Gólgota. En 1867 encontraron una tumba tallada en la roca en la ladera noroeste de esta colina. En 1883 y 1884 Charles G. Gordon visitó Jerusalén y aceptó la interpretación original que propuso Thenius. Después de eso, la colina empezó a ser llamada «el calvario de Gordon» y la tumba «tumba de Gordon» nombre que últimamente cambió a «tumba del jardín». En la cumbre de la colina hay un cementerio musulmán.

Después de visitar el sitio de la iglesia del Santo Sepulcro, con su oscuro laberinto de capillas, sus altares adornados, el olor a incienso y los cantos extraños en muchos idiomas diferentes, muchos visitantes salen convencidos de que no hay posibilidades de que ese lugar fuera la ubicación real del Gólgota y la tumba. Desafortunadamente, la afirmación de que el calvario de Gordon es el sitio del calvario real se basa más en los deseos humanos que en la historia, la arqueología y la tradición. Sin embargo, puede darnos una mejor idea de cómo era la tumba de Jesús que la iglesia del Santo Sepulcro y es un hermoso lugar para concentrarse en la oración o la meditación.

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