Conferencia
I. INTRODUCCIÓN
Durante la edad media, filósofos y científicos coincidieron a veces en una práctica llamada alquimia. Ésta era un intento por convertir los metales baratos, como el plomo, en metales valiosos, como el oro. Obviamente, los alquimistas sabían que el plomo podía disfrazarse para que pareciera oro, o mezclarse con otras substancias para que pareciera oro. Pero también sabían que para que el plomo tuviera de verdad las cualidades del oro, había que cambiar su naturaleza fundamental. Tendría que volverse oro realmente. Bien, algo parecido pasa también con las personas. Nuestras palabras, pensamientos y acciones están inseparablemente relacionados con nuestra naturaleza fundamental. Por lo tanto, así como el plomo no puede tener realmente las propiedades del oro, las personas con naturalezas corruptas no pueden producir obras que sean verdaderamente buenas. Nuestras acciones siempre reflejan nuestro ser.
Ésta es la octava lección en nuestra serie Cómo Tomar Decisiones Bíblicas, y la hemos titulado La Perspectiva Existencial: Ser Bueno. En esta lección sobre ser bueno, empezaremos nuestro estudio de la perspectiva existencial mirando la relación entre la bondad y nuestro ser, enfocándonos en cómo la bondad se relaciona con lo que somos.
Como usted recordará, en estas lecciones nuestro modelo para tomar decisiones bíblicas ha sido que:
El juicio ético implica la aplicación de la palabra de Dios a una situación por una persona.
Este modelo da énfasis a tres aspectos esenciales de todas las preguntas sobre la ética, es decir, la Palabra de Dios, la situación y la persona que toma la decisión.
Estos tres aspectos del juicio ético corresponden a las tres perspectivas con que hemos enfocado los problemas éticos a lo largo de estas lecciones. La perspectiva normativa da énfasis a la Palabra de Dios y hace preguntas como ¿Qué revelan las normas de Dios sobre nuestro deber? La perspectiva circunstancial se enfoca en los hechos, metas y medios de la ética, y hace preguntas sobre ¿Cómo podemos alcanzar las metas que agradan a Dios? Los centros de la perspectiva existencial en los seres humanos, las personas que toman decisiones éticas, plantean preguntas sobre ¿Cómo debemos cambiar para agradar a Dios? y ¿Qué tipo de personas le agradan? Esta perspectiva existencial nos mantendrá ocupados por el resto de las lecciones de esta serie.
Como lo mencionamos en una lección anterior, el término existencial se ha usado de maneras diferentes por varios filósofos. Pero en estas lecciones, usaremos el término para referirnos a los aspectos humanos de preguntas éticas. Así que, bajo el título de la perspectiva existencial, nos enfocaremos en asuntos como nuestro carácter, nuestra naturaleza, los diferentes tipos de personas que somos y que debemos ser.
En esta lección en particular, nos preocuparemos por lo que significa para una persona, ser bueno. Todos sabemos que incluso los peores delincuentes a veces hacen cosas que son buenas. Pero realmente es otra cosa que una persona sea buena. Ser bueno, tiene que ver más con nuestras identidades, compromisos y motivaciones - los tipos de cosas que la Biblia describe como el corazón de una persona.
En esta lección sobre ser bueno estudiaremos la relación entre, ser y bondad, en términos de tres etapas básicas de la historia bíblica. Primero, hablaremos sobre el periodo de la creación, viendo la propia bondad de Dios y el hecho de que los seres humanos éramos inherentemente buenos cuando Dios nos creó inicialmente. Después, pasaremos al periodo de la caída, analizando cómo el pecado dañó la bondad de la humanidad. Y por último, hablaremos del periodo de la redención, cuando Dios restaura a aquéllos que le son fieles y les da el poder de la bondad. Comencemos con la creación, es decir aquel momento cuando al buen Creador le plació hacer un mundo bueno y poblarlo con seres humanos buenos.
II. CREACIÓN
Nuestro estudio sobre la bondad en el momento de la creación se dividirá en dos partes. Primero, hablaremos de Dios y su bondad, explicando el hecho de que toda la verdadera bondad moral tiene sus raíces en el propio Dios. Y segundo, describiremos cómo Dios creó la humanidad para reflejar su bondad. Así que en este momento, veamos la bondad personal de Dios.
Dios
Conforme analicemos la idea de que la bondad tiene sus raíces en Dios, empezaremos enfocándonos en el ser de Dios, viendo particularmente su carácter. Y luego, nos enfocaremos en un aspecto específico de su carácter, lo que será su bondad moral. Comenzaremos con una breve explicación sobre el ser de Dios.
Ser
Hay innumerables cosas que las Escrituras dicen sobre el ser de Dios, pero para nuestros propósitos nos enfocaremos en la relación entre sus atributos esenciales y su persona. Simplificando, los atributos de Dios son inseparables de su persona; estos definen quién es Él.
Ésta es una razón por la que los autores de las Escrituras normalmente describen e incluso llaman a Dios según sus atributos. Por ejemplo, se le llama el “Padre de misericordias” y “Dios de toda consolación” en 2 de Corintios capítulo 1 versículo 3. Él es “Dios Omnipotente” en Ezequiel capítulo 10 versículo 5; el “Dios de Justicia” en Malaquías capítulo 2 versículo 17; y el “Dios de Paz” en Hebreos capítulo 13 versículo 20. Él es el “Santísimo” en Proverbios capítulo 9 versículo 10; y el “Rey de Gloria” en Salmo 24 versículos 7 al 10.
La lista podría seguir sin parar, pero el punto importante es este: al identificar los atributos de Dios de esta manera, los autores de las Escrituras estaban enseñándonos sobre Dios como una persona; estaban describiendo su carácter fundamental. Por ejemplo, cuando David llamó al Señor el “Rey de Gloria” en Salmo 24, no solo quiso decir que Dios tiene una cierta cantidad de gloria, o que Dios a veces es glorioso. Más bien, él quiso decir que la gloria de Dios es un aspecto crítico del carácter del Señor, que es inseparable de su persona y una parte fundamental de su ser.
Al considerar el ser de Dios, es importante recordar que todos los atributos esenciales de Dios son inmutables, esto es que nunca pueden cambiar. Por ejemplo, Dios no puede ser santo un día y otro día no. Él no puede ser todo poderoso y el que todo lo sabe algunas veces, y otras veces estar limitado en su poder y conocimiento.
La Escritura enseña esto en muchos lugares, como en Salmo 102 versículos 25 al 27, Malaquías capítulo 3 versículo 6, y Santiago capítulo 1 versículo 17. Pero por cuestiones de tiempo, veamos sólo uno de éstos.
Escuche las palabras de Santiago en el libro de Santiago capítulo 1 versículo 17:
El Padre que creó las lumbreras celestes… no cambia como los astros ni se mueve como las sombras. (Santiago 1:17 [NVI])
A pesar de todos los cambios que existen en la creación, podemos tener la seguridad de que Dios no cambia lo que él es. Hoy, Dios es la misma persona con los mismos atributos esenciales que era antes de que él creara el mundo. Él seguirá siendo la misma persona por siempre.
Una vez que hemos hablado del ser de Dios, estamos listos para pasar a la bondad que Dios posee en él y de él.
Bondad
Cuando hablamos sobre la bondad de Dios en el contexto de la ética, tenemos en mente su pureza y perfección moral. Como hemos visto en lecciones anteriores, Dios mismo es la máxima norma de moralidad. No hay ninguna norma externa de bondad por la que él o nosotros podamos ser juzgados. Más bien, cualquier cosa que forme parte de su carácter es buena, y cualquier cosa que no forme parte de su carácter es mala.
1 de Juan capítulo 1 versículos 5 al 7, explica esta idea en términos de “luz”. Allí Juan escribió estas palabras:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 Juan 1:5 – 7)
En este pasaje, la luz es una metáfora de la verdad y pureza moral, mientras que la oscuridad simboliza el pecado y las mentiras. Así que, como no hay oscuridad en Dios, Dios está totalmente libre del pecado en todos los aspectos de su ser. En otras palabras, la bondad es uno de los atributos esenciales de Dios.
Ahora, al pensar sobre la bondad de Dios con respecto a su ser, nos ayuda el pensar una vez más en términos de las perspectivas. Usted recordará que en varias ocasiones a lo largo de esta serie hemos hablado de la importancia de las perspectivas. Por ejemplo, nuestro modelo incluye tres perspectivas: la perspectiva normativa, la perspectiva circunstancial (que a veces es llamada situacional) y la perspectiva existencial. Y cada perspectiva nos muestra en su totalidad la ética desde un punto de vista diferente.
Bien, de la misma manera sucede algo similar con los atributos de Dios. Pero debido a que Dios tiene tantos atributos, es más útil pensar en ellos utilizando el término de una gema en lugar del término de un triángulo.
Dicho de una manera simple, cada uno de los atributos de Dios es una perspectiva de todo su ser. Cada uno de los atributos de Dios es dependiente de los otros y aceptado por los otros.
Por ejemplo, considere solamente tres de los atributos de Dios: la autoridad, la justicia y la bondad. La autoridad de Dios es buena y justa. Es decir, es bueno y justo que Dios posea esta autoridad, y él maneja su autoridad de una manera buena y justa. De manera similar, su justicia tiene autoridad y es buena. Cuando Dios declara un juicio, este siempre tiene autoridad y es bueno. Y de la misma manera, su bondad tiene autoridad y es justa. Su bondad realza la justicia y bendice a aquéllos que son justos, y también marca la norma de autoridad por la que toda la bondad se juzga.
Tradicionalmente, diferentes teólogos han hablado de la interrelación de los atributos de Dios bajo el título de la simplicidad de Dios. Con este término, los teólogos quieren decir que Dios no está compuesto de varias partes que no están relacionadas, sino que es un ser unificado de integridad absoluta. O para utilizar nuestra ilustración de la gema, él no es una pieza de joyería que contiene muchas gemas diferentes, sino una sola gema con muchas facetas.
Es importante entender este hecho porque significa que nada en el ser de Dios puede ir en contra de su bondad ni ofrecernos seguir ninguna norma que vaya en su contra. Por ejemplo, nunca podemos recurrir a la justicia de Dios para contradecir las implicaciones de su bondad. En el carácter de Dios, si algo es justo, también es bueno. Y si es bueno, necesariamente es justo. Sus atributos siempre están en armonía porque siempre describen la misma persona unificada y consistente.
Una vez que hemos visto que toda la verdadera bondad moral está basada en el ser de Dios, estamos listos para considerar el hecho de que Dios creó a la humanidad para que fuera buena. Es decir, él nos creó para que reflejáramos su bondad personal.
Humanidad
La historia de la creación en Génesis capítulo 1 nos es familiar a la mayoría de los cristianos. Sabemos que Dios creó los cielos y la tierra, moldeándolos para darles forma. Y sabemos que la llenó de habitantes para que no estuviera vacía. Y claro, la culminación de la semana creativa fue la creación de la humanidad en el sexto día.
Escuche las palabras de Moisés en Génesis capítulo 1 versículos 27 al 28:
Y creó Dios al hombre a su imagen… varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. (Génesis 1:27 – 28)
Nuestro estudio sobre la bondad de la humanidad se enfocará en tres detalles de la creación de la humanidad mencionados en los versículos que acabamos de leer. Primero, consideraremos el hecho de que la humanidad se creó a la imagen de Dios, la representación visible de Dios que describió su bondad. Segundo, hablaremos de la bendición a la humanidad de parte de Dios. Y tercero, mencionaremos el mandato cultural que Dios asignó a la raza humana. Empecemos con la imagen de Dios llevada por la humanidad en la creación.
Imagen
Como vimos en Génesis capítulo 1 versículo 27, Moisés escribió:
Y creó Dios al hombre a su imagen. (Génesis 1:27)
Ahora, cuando los teólogos hablan sobre la humanidad como la imagen de Dios, a menudo hablan de atributos como la razón, la espiritualidad, la naturaleza moral, la inmortalidad y nuestra rectitud original. Y es verdad que hasta cierto punto los seres humanos comparten estos atributos en común con Dios.
Pero quizás una de las mejores maneras de entender la imagen de Dios es mirar cómo el mundo antiguo concebía las imágenes. En los días que se escribió el Génesis, era común para los reyes erigir estatuas y otras imágenes de ellos alrededor de sus reinos. Estas estatuas debían ser tratadas con respeto porque substituían al rey. Les recordaba a las personas que debían amarlo, honrarlo y obedecerle.
De una manera similar, Dios, el gran rey sobre toda la creación, designó a los seres humanos para ser sus imágenes vivientes. Así que, cuando vemos a un ser humano, vemos una imagen que nos recuerda a Dios. Y cuando les faltamos al respeto a los seres humanos injustamente, deshonramos al Señor de quien ellos son imagen.
Considere, por ejemplo, Génesis capítulo 9 versículo 6, dónde Dios dio esta instrucción:
El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre. (Génesis 9:6)
La razón por la que los asesinos eran sentenciados a muerte no era sólo porque habían tomado una vida humana, sino que habían agredido la imagen de Dios. Habían realizado un ataque contra el honor del gran rey.
Y más allá de esto, el mundo antiguo asociaba también las imágenes divinas con el hijo divino. Específicamente, se pensaba que los reyes antiguos eran imágenes de los dioses, así como los hijos de los dioses. Así que, en Génesis, cuando Dios hizo a los hombres y mujeres a su imagen, también declaró que la raza humana seríamos sus hijos en la realeza.
De hecho, éste es el papel de la humanidad como representantes y descendencia de Dios que forma la base para muchas de las otras conclusiones que mostramos sobre nuestra bondad. Porque Dios quería que nosotros fuéramos representantes e hijos, él nos creó con cualidades que reflejaban sus propias perfecciones. Claro, la humanidad no era exactamente como Dios, infinitamente perfecto en todos los sentidos. Pero nosotros fuimos creados sin falla y sin pecado, conforme a la norma de su carácter. De esta manera, Dios estableció a la humanidad con nuestro propio atributo de bondad, basado en nuestro mismo ser.
Esta perspectiva de la creación de la humanidad como la imagen de Dios se confirma con el hecho de que Dios declaró una bendición a la humanidad.
Bendición
Una frase en Génesis capítulo 1 versículo 28, menciona un evento importante que tuvo lugar cuando la humanidad fue creada. Como dice ahí,
Y los bendijo Dios. (Génesis 1:28)
Usted recordará que a lo largo de esta serie, nosotros hemos definido la ética cristiana como:
La teología, vista como un medio para determinar qué personas humanas, hechos y actitudes reciben la bendición de dios y cuáles no.
Bajo esta definición, hemos definido “bueno”, no sólo por lo que se refiere al carácter de Dios, sino también por lo que se refiere a lo que él bendice y aprueba. Cualquier cosa que Dios bendiga y apruebe es buena, y cualquier cosa que Dios maldiga y condene es mala.
Así que, cuando Dios bendijo a la humanidad en el momento de la creación, él dijo que la humanidad era moralmente buena. Y es importante ver que Génesis no dice nada acerca de que la humanidad haya hecho algo para ganarse esta bendición. Al contrario, la creación sólo acababa de ser creada. Así que, Dios no les había dado la bendición por su conducta, sino por su mismo ser. Dios bendijo a la humanidad porque tenía el atributo innato de la bondad.
Ahora que hemos visto a la humanidad como la imagen de Dios, y que hemos considerado la bendición de Dios sobre la humanidad, debemos mencionar brevemente el mandato cultural que Dios asignó a la raza humana.
Mandato Cultural
Como lo vimos anteriormente en esta lección, Génesis capítulo 1 versículo 28, nos habla del mandato cultural de Dios a la humanidad. Aquí dice así:
Los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. (Génesis 1:28)
Para mantener el papel de la humanidad como la imagen de Dios, Dios puso a la humanidad para que fuesen sus reyes vasallos en la tierra; para llenarla, dominarla y gobernarla para su gloria. Con esta asignación, Dios indicó que la humanidad no sólo era físicamente capaz de lograr esta tarea, sino que era también moralmente capaz. De la manera que fuimos originalmente creados, los seres humanos pudimos construir un reino santo y recto donde Dios pudiera habitar. Y pudimos ministrar en la presencia manifestada del Señor sin ser destruidos. Para hacer esto, Dios nos creó moralmente puros en nuestro ser, con el atributo de la bondad y sin la corrupción del pecado. Y como resultado, pudimos escoger y actuar de maneras moralmente buenas.
Vemos, entonces, que para Dios y para la humanidad, la bondad se enraizó en nuestro propio ser. El ser de Dios es inmutable, y por consiguiente su bondad también es inmutable. Pero tristemente, el ser de la humanidad cambió hacia lo peor. Dios nos creó con bondad innata. Pero, como veremos, el pecado corrompió nuestro ser, de tal manera que dejó de ser una fuente de bondad.
Ahora que hemos considerado la relación entre la bondad y el ser, como se manifestó en la creación, estamos listos para pasar al periodo de la caída. Específicamente, veremos la manera en la que el pecado dañó a la humanidad, y por lo tanto destruyó nuestra bondad.
III. CAÍDA
Todos conocemos la historia bíblica sobre la caída de la humanidad en pecado, que está en Génesis, capítulo 3. Dios creó a Adán y Eva y los puso en el Jardín del Edén. Y aunque les había dado una gran libertad en el Jardín, Dios también les había dado una prohibición específica: ellos no debían comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Pero claro, la serpiente tentó a Eva para que comiera del fruto, y ella lo hizo. Entonces ella le dio del fruto a Adán, y él también lo comió. Y como resultado de la caída en el pecado, Dios maldijo a Adán y a Eva con consecuencias severas que no sólo se aplicaron a ellos, sino también a toda la raza humana que debía descender de ellos.
Mencionaremos tres consecuencias de la caída de la humanidad en el pecado. Primero, hablaremos de la corrupción de nuestra naturaleza. Segundo, veremos que la caída hizo que nuestra voluntad estuviera esclavizada al pecado, de tal manera que perdiéramos nuestra habilidad para escoger y hacer las cosas moralmente buenas. Y tercero, hablaremos sobre las formas en las que la caída afectó nuestro conocimiento, de tal manera que no fuéramos capaces de reconocer totalmente la bondad moral. Comencemos con la corrupción de nuestra naturaleza que ocurrió cuando la humanidad cayó en pecado.
Naturaleza
Cuando hablamos de la naturaleza de los seres humanos, tenemos en mente nuestro carácter fundamental, es decir, los aspectos centrales de nuestro ser.
Como hemos visto, cuando Dios creó a Adán y a Eva, eran perfectos y puros. Todas sus características y atributos eran buenos y agradables a Dios. Y por consiguiente, podemos decir que la naturaleza humana era moralmente buena en el momento de la creación.
Pero en la caída, Dios maldijo a Adán y a Eva por su pecado. Y como parte de esta maldición, cambió su naturaleza, y el carácter fundamental de la raza humana ya no sería moralmente bueno sino moralmente malo.
En Romanos capítulo 5 versículos 12 y 19, Pablo escribió estas palabras sobre la maldición a Adán:
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron… Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores. (Romanos 5:12 y 19)
Un pecado de Adán resultó en la caída de todos los seres humanos en el pecado. Y esta maldición sobre la humanidad corrompió la naturaleza de cada uno de nosotros, llevándonos a la muerte y al pecado.
Escuche Romanos capítulo 8 versículos 5 al 8, donde Pablo describió los efectos de la caída de esta manera:
Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne… los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (Romanos 8:5 – 8)
La naturaleza de la humanidad caída ha sido corrompida, por lo tanto ya no es moralmente buena. Al contrario, nuestra naturaleza caída es mala. Nosotros deseamos el pecado. Odiamos a Dios. Nos rebelamos contra su ley. No podemos agradar Dios. Y no podemos obtener su aprobación o bendición.
Ya que hemos hablado de la corrupción de nuestra naturaleza, estamos listos para ver la forma en la que la voluntad humana quedó esclavizada al pecado como consecuencia de la caída.
Voluntad
Debemos comenzar dando una definición de voluntad. Normalmente, cuando los teólogos hablan de nuestra voluntad, ellos tienen en mente nuestra facultad personal de decidir, escoger, desear, esperar y pensar. Sencillamente, nuestra voluntad es lo que nosotros usamos para tomar decisiones y opciones, así como para considerar cosas que nos gustaría tener, hacer o experimentar.
Ahora, como el resto de nuestros atributos y facultades, nuestra voluntad refleja nuestra naturaleza. Antes de la caída, la voluntad humana era perfecta, creada para reflejar a Dios y su carácter, y con capacidad de pensar y escoger de maneras moralmente buenas. Pero cuando vino la caída, la voluntad humana también obtuvo la capacidad de tomar opciones que no agradaban a Dios.
Como ya hemos visto, en la caída Adán y Eva utilizaron su voluntad para escoger el pecado en lugar de la lealtad a Dios. Y por lo tanto, Dios maldijo a la raza humana. Y una consecuencia de esto fue que nuestra voluntad quedó corrompida, haciendo imposible para nosotros el querer agradar Dios.
En Romanos capítulos 6 al 8, Pablo usa la metáfora de la esclavitud para describir esta maldición sobre los deseos humanos. Él indicó que el pecado mora dentro de los seres humanos caídos, esclavizando nuestra voluntad, de tal manera que siempre deseamos y escogemos el pecado.
Escuche una vez más Romanos capítulo 8 versículos 5 al 8, dónde Pablo escribió estas palabras:
Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne… los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (Romanos 8:5 – 8)
El pecado controla a los seres humanos caídos, haciendo imposible que podamos someternos a la ley de Dios o hacer algo que le agrade.
Ahora, esto no significa que nosotros ya no tenemos deseos o que ya no tomamos decisiones genuinas. Al contrario, nosotros continuamos deseando y escogiendo conforme a nuestra naturaleza. Pero como nuestra naturaleza ha sido corrompida, nosotros somos incapaces de hacer algo que honre y glorifique a Dios. El pecado corrompe todo lo que pensamos, decimos y hacemos.
Ahora, a primera vista esta evaluación de la humanidad caída puede parecer exagerada. Después de todo, las personas pecadoras hacen cosas que ciertamente parecen ser buenas. Bien, en un sentido sería tonto negar esto. Pero siempre debemos tener el cuidado de ver más allá de lo superficial para entender el verdadero carácter de las cosas que hacen las personas caídas, no-salvas.
Tal vez recuerde que anteriormente en esta serie, recurrimos a la Confesión de Fe de Westminster, capítulo 16, párrafo 7, para ayudar a explicar este asunto complejo. Escuche una vez más lo que dice:
Las obras hechas por hombres no regenerados… puedan ser cosas que Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros, sin embargo, porque proceden de un corazón no purificado por la fe y no son hechas en la manera correcta de acuerdo con la Palabra, ni para un fin correcto, (la gloria de Dios); por lo tanto son pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer a un hombre digno de recibir la gracia de parte de Dios.
Estas palabras resumen muy bien las enseñanzas de la Biblia sobre la condición ética de los seres humanos no-regenerados – es decir, aquéllos que todavía no han sido redimidos por Cristo. Y como dice la Confesión, hay un sentido en el que las personas no-regeneradas obedecen las órdenes de Dios, así como un sentido en el que ellos hacen cosas que son buenas.
Jesús enseñó este mismo principio en Mateo capítulo 7 versículos 9 al 11, dónde pronunció estas palabras:
¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:9 – 11)
La mayoría de las personas hacen por lo menos algunas cosas que son exteriormente buenas, como amar y mantener a sus hijos. Así que, hay un sentido superficial en el que incluso los no-creyentes realizan tipos de conducta que Dios bendice.
No obstante, la Confesión de Westminster de manera correcta muestra otro sentido en el que estas acciones realmente son pecadoras y no pueden agradar a Dios. Y la razón es que estas acciones solamente reúnen algunos de los requisitos para ser rectas.
La Confesión resume la enseñanza de la Escritura señalando que nuestras obras deben pasar cinco pruebas para ser verdaderamente buenas. Primero, deben ser obras que Dios ordene. Segundo, deben tener un buen uso para nosotros y para otros. Tercero, deben proceder de un corazón que ha sido purificado por la fe. Cuarto, deben hacerse de una manera correcta. Y quinto deben hacerse para el fin correcto que es la gloria de Dios.
Este punto de vista se alinea con el análisis de la ética que hemos hecho a lo largo de esta serie. Primero, el hecho de que las obras buenas son aquéllas que Dios ordena se compara con la perspectiva normativa en que todas las obras se juzgan según la norma del carácter de Dios conforme se revela en su Palabra.
Segundo, el énfasis en el buen uso, el fin correcto y la manera correcta resumen los hechos, metas y medios de la perspectiva circunstancial (situacional).
Y tercero, el hecho de que las buenas obras deben proceder de un corazón purificado por la fe corresponde a la perspectiva existencial en la que las verdaderas buenas obras sólo pueden ser hechas por las personas cuya bondad se ha restaurado a través de su fe en Dios.
Desgraciadamente para la humanidad caída, nuestro ser es corrupto, por lo que no tenemos en nuestra naturaleza corazones purificados por la fe. Y nuestras obras no desean ni se dirigen hacia un fin correcto, que es la gloria de Dios. Nos rehusamos a someternos a la ley de Dios. Así que, aunque las personas no-regeneradas pueden tomar decisiones que parecen buenas a simple vista, estas opciones nunca son verdaderamente buenas.
Ahora que hemos visto la manera en que la caída ha corrompido nuestra naturaleza y esclavizado nuestra voluntad al pecado, estamos listos para hablar sobre nuestro conocimiento, enfocándonos sobre todo en la manera en la que la caída dañó nuestra habilidad de entender la norma de Dios.
Conocimiento
Podría parecer extraño a algunos de nosotros hablar de la caída como algo que daña nuestra habilidad de obtener el conocimiento moral. Después de todo, los no-creyentes pueden tomar una Biblia y entender sus mandamientos. Y la Escritura misma afirma que los no-creyentes conocen muchas cosas verdaderas de Dios. Pero cuando vemos las Escrituras con mayor atención, vemos que, aunque los seres humanos caídos y no-salvos poseen un poco de conocimiento verdadero, la caída les ha impedido obtener un conocimiento cabal de los mandamientos de Dios.
Nuestro análisis del efecto de la caída sobre el conocimiento moral se dividirá en tres partes. Primero, hablaremos de la manera en la que el pecado obstaculiza a la humanidad el acceso a la revelación. Segundo, mencionaremos la manera en la que el pecado impide a la humanidad el entendimiento de la revelación. Y tercero, investigaremos el impacto que tiene el pecado en la obediencia a la revelación de la humanidad. Comencemos con la manera en la que el acceso a la revelación ha sido obstaculizado a la humanidad por la caída.
Acceso a la Revelación
Una de las principales maneras en las que la caída ha obstaculizado el acceso de la humanidad a la revelación ha sido limitando el trabajo de iluminación y guía interna del Espíritu Santo. Ahora, esto no es porque el Espíritu Santo sea de algún modo incapaz de ministrar a los seres humanos caídos. Más bien, es porque Dios maldijo a la humanidad quitándole estos dones divinos.
Como usted recordará de nuestras lecciones anteriores, la iluminación es un don divino de conocimiento o entendimiento que es principalmente cognoscitivo, como el conocimiento de que Jesús es el Mesías, que Pedro recibió en Mateo capítulo 16 versículo 17.
Y guía interna es un don divino de conocimiento o entendimiento que es principalmente emotivo o intuitivo. Incluye cosas como nuestra conciencia y el sentido de que Dios nos haría tomar una dirección en particular para alguna acción. (Mateo 16:17)
De alguna manera, Dios proporciona una parte de iluminación y otra de guía interna a todos los seres humanos caídos. Por ejemplo, incluso los no-creyentes tienen un conocimiento instintivo de la ley de Dios. Muchos de ellos desean la justicia, y reconocen que está mal robar y asesinar. De la misma manera, los no-creyentes a menudo son declarados culpables por sus propias conciencias cuando cometen ciertos pecados.
Pero el Espíritu Santo no proporciona la misma medida de iluminación y de guía interna a los no-creyentes que a los creyentes. Trabaja dentro de ellos sólo lo suficiente para condenarlos por sus violaciones a las leyes de Dios. Y la razón de esto es simple: Dios ha escogido revelarse de maneras que bendicen a aquéllos que lo aman y que maldicen a aquéllos que lo odian.
Analice Juan capítulo 17 versículo 26, dónde Jesús oró estas palabras a su Padre:
Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos. (Juan 17:26)
Jesús se hizo conocer a los creyentes para edificar amor y unidad entre el Señor y su pueblo. Por el contrario, a sus enemigos sólo les da un poco de conocimiento de él - sólo lo suficiente para ponerlos bajo el juicio.
Además de reducir el acceso a la revelación de la humanidad caída, la caída también ha obstaculizado el entendimiento de la revelación de la humanidad.
Entendimiento de la Revelación
La caída de la humanidad en el pecado redujo profundamente nuestra habilidad de tener sentido de la revelación de Dios. Aunque los seres humanos caídos tenemos bastante acceso a la revelación de Dios, nos falta mucho de lo que necesitamos para comprenderla. Es cierto que tenemos la habilidad cognoscitiva de entender las enseñanzas básicas de la revelación de Dios. Pero la comprensión moral depende de algo más que solamente la cognición; involucra a la persona en su totalidad.
Nuestros juicios éticos no son valoraciones aisladas de hechos. Más bien, muchos factores no-cognoscitivos influencian nuestras evaluaciones éticas, como nuestras emociones, conciencias, intuiciones, lealtades, deseos, miedos, debilidades, fracasos, rechazo natural de Dios y mucho más.
En Mateo capítulo 13 versículos 13 al 15, Jesús se refirió a este asunto cuando explicó el uso de sus parábolas:
Porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos. (Mateo 13:13 – 15)
Los seres humanos caídos tenemos ojos y oídos para recibir la revelación de Dios. Pero nuestros corazones se endurecen contra Dios y su verdad. Y esto a menudo nos impide entender correctamente la revelación que recibimos. En Efesios capítulo 4versículos 17 al 18, Pablo habló sobre el asunto de esta manera:
Ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido… por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón. (Efesios 4:17 – 18)
La corrupción de la naturaleza humana en la caída ha ocasionado el endurecimiento de nuestros corazones. Y este endurecimiento no nos permite comprender correctamente la revelación de Dios.
De muchas maneras, nuestra lógica e intelecto aún funcionan como deben - y ésta es una razón por la que Dios sabe que podemos entender su revelación. Pero la caída nos ha corrompido para oponernos a Dios y resistirnos a su verdad. Así que, en lugar de aceptar el verdadero conocimiento de Dios, nos engañamos en creer las mentiras que nuestros corazones pecadores inventan.
Ahora que hemos visto que los seres humanos caídos han reducido el acceso a la revelación y ensombrecido el entendimiento de la revelación, debemos pasar a la manera en la que nuestra obediencia a la revelación también ha sido corrompida por la caída.
Obediencia a la Revelación
Ahora, puede parecer extraño pensar en la obediencia como un aspecto del conocimiento. Después de todo, normalmente pensamos en la revelación como algo que nos da conocimiento. Y pensamos en la obediencia como un paso separado que sigue al conocimiento. En un sentido es correcto. Pero hay otro sentido en el que el conocimiento y la obediencia son esencialmente la misma cosa. Y en este sentido, la caída obstaculiza nuestro conocimiento de Dios destruyendo nuestra habilidad de obedecerlo.
Para entender cómo nuestra incapacidad para obedecer a Dios impide nuestro conocimiento de su norma, nos enfocaremos sólo en dos aspectos de la relación entre el conocimiento y la obediencia. Primero, en la Escritura, hay una relación recíproca entre la obediencia y el conocimiento. Y segundo, veremos algunas de las maneras en las que puede decirse que la obediencia es el conocimiento de la revelación. Comenzaremos con la idea de que la obediencia lleva al conocimiento de Dios y de su norma.
En la Escritura, hay una relación recíproca entre la obediencia y el conocimiento. Por un lado, el conocimiento de Dios conlleva a la obediencia a Dios.
Vemos esto en pasajes como 2 de Pedro capítulo 1versículo 3, dónde Pedro escribió estas palabras:
Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. (2 Pedro 1:3 [NVI])
Aquí, el conocimiento se da con el propósito de producir vida y piedad en nuestras vidas.
De nuevo, esto sigue el modelo que hemos esperado: primero recibimos y entendemos la revelación de Dios, y entonces obedientemente la aplicamos a nuestras vidas. Pero también es verdad en el sentido opuesto. En la Escritura, la obediencia es un requisito previo para el conocimiento, y la aplicación obediente de la revelación de Dios en nuestras vidas nos lleva al conocimiento de él. Como nos enseña Proverbios capítulo 1versículo 7:
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová. (Proverbios 1:7)
Y como está escrito en Proverbios capítulo 15versículo 33:
El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría. (Proverbios 15:33)
En estos versículos y muchos otros, el conocimiento fluye de la obediencia. Es decir, cuando nos sometemos al señorío de Dios, podemos entender su revelación.
Pero la caída ha corrompido nuestra naturaleza y nuestra voluntad a tal punto que nos rebelamos contra Dios. De hecho, no somos capaces de someternos a su Palabra. Y como el conocimiento fluye de la obediencia, las personas que no son capaces de obedecer a Dios tampoco son capaces de conocerlo en el verdadero sentido de la palabra. O para decirlo de otra manera, así como la obediencia nos lleva al conocimiento, el pecado nos lleva a la ignorancia.
Una vez que hemos visto los problemas creados por la caída debido a que la obediencia lleva al conocimiento de la revelación, estamos listos para considerar la idea de que en la Biblia, estas dos ideas son inseparables entre sí.
En la Escritura, a menudo es el caso de que los conceptos de la obediencia y el conocimiento son esencialmente sinónimos. A veces están puestos en aposición entre sí, para que un concepto siga y explique al otro. Por ejemplo veamos Oseas capítulo 6 versículo 6 en “La Biblia de las Américas”:
Más me deleito en la lealtad que en el sacrificio, y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos. (Oseas 6:6 [LBDLA])
En este versículo, las frases más en la lealtad que en el sacrificio y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos están en aposición entre sí, o sea que la segunda frase reitera la primera para su clarificación. Así que, el sacrificio es sinónimo de holocaustos, y la lealtad - una forma de obediencia - es sinónimo del conocimiento de Dios. Otras veces, ya sea la obediencia o el conocimiento se nos dan como una definición del otro. Por ejemplo, en Jeremías capítulo 22 versículo 16, el Señor habló estas palabras:
Él juzgó la causa del afligido y del necesitado, y le fue bien. ¿No es esto conocerme a mí?, dice Jehová. (Jeremías 22:16 [RV95])
Aquí, el conocimiento de Dios se define en términos de obediencia entregada a Dios, específicamente en su forma de hacer justicia.
Tercero, la Escritura a veces demuestra la similitud entre la obediencia y el conocimiento usando uno, como ejemplo del otro. Considere Oseas capítulo 4 versículo 1, dónde el Profeta acusó a Israel de esta manera:
Oíd la palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra, pues no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. (Oseas 4:1)
Oseas enumeró tres cosas en las que los israelitas fallaron y eso provocó la ira de Dios: ellos eran infieles, no tenían amor y no conocían a Dios. Al incluir el conocimiento de Dios en esta lista de ejemplos éticos, Oseas mostró que el conocimiento es parte de la obediencia y que nosotros tenemos una responsabilidad ética de conocer al Señor.
Ahora, la obediencia y el conocimiento no siempre significan lo mismo. No obstante, la Escritura enlaza estrechamente estas ideas, enseñando que en un sentido muy importante, si nosotros no podemos obedecer a Dios, no podemos conocerlo.
La caída devastó a la humanidad. La maldición de Dios sobre Adán y Eva corrompió la naturaleza, deseos y conocimiento de todos sus descendientes por medios naturales. Y las consecuencias éticas de esto son aterradoras: ningún ser humano caído puede pensar, decir o hacer algo que sea moralmente bueno. Todos nuestros pensamientos, palabras y hechos son pecadores en alguna medida porque somos personas pecadoras, caídas. Así que, siempre que tomemos decisiones éticas, tenemos que considerar las maneras en las que la caída ha afectado a cada persona implicada.
Una vez que hemos considerado la bondad y el ser durante los tiempos de la creación y la caída, analizaremos el periodo de la redención, el tiempo cuando Dios restaura a aquéllos que confían en él para la salvación y les da el poder de la bondad.
IV. REDENCIÓN
El periodo de redención empezó inmediatamente después de la caída, cuando Dios concedió la misericordia a Adán y Eva – aun cuando los maldijo por su pecado. Anteriormente, nos hemos referido a esto como el protoevangelio o “primer evangelio”, cuando Dios ofreció enviar a un redentor para reparar el daño hecho por la caída.
Pero el periodo de la redención no eliminó todos los efectos de la caída inmediatamente. Más bien, la redención ha sido un proceso lento, y no se completará hasta que Jesús regrese en gloria. Hasta entonces, la caída continúa teniendo consecuencias para todos los seres humanos, incluyendo a los creyentes.
Aun así, cuando las personas son redimidas, cuando los incrédulos se convierten son rescatados de la consecuencia de la caída de forma importante y maravillosa.
Hablaremos sobre la redención de cada creyente como lo inverso a la caída, en forma paralela a nuestro análisis anterior. Primero, nos enfocaremos en nuestra naturaleza, hablando de cómo la redención restaura nuestra bondad innata. Segundo, hablaremos sobre nuestra voluntad humana y nuestra libertad del pecado. Y tercero, nos enfocaremos en el conocimiento, es decir, la restauración de nuestra habilidad de hacer uso correcto de la revelación de Dios. Empecemos con la forma en que la naturaleza se restaura cuando somos redimidos.
Naturaleza
Usted recordará que nuestra naturaleza es nuestro carácter fundamental; el aspecto central de nuestro ser. Y como hemos visto, nuestra naturaleza caída es mala. Nosotros odiamos a Dios y amamos al pecado. Y no tenemos capacidad para la bondad moral.
Pero cuando somos redimidos en Cristo, nuestras naturalezas se renuevan.
Cuando el Espíritu Santo nos regenera, nos da una naturaleza buena, que ama a Dios y odia el pecado. Y él restaura nuestra habilidad moral, para que tengamos capacidad de verdadera bondad.
Escuche a Ezequiel capítulo 36 versículo 26, dónde Dios habló sobre la redención futura que vendría en Cristo:
Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. (Ezequiel 36:26)
Y en Romanos capítulo 6 versículos 6 al 11, Pablo habló del asunto de esta manera:
Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado… Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
(Romanos 6:6 – 11)
El testimonio invariable tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es que los seres humanos caídos tienen corazones y espíritus pecadores. Pero cuando Dios nos redime, él nos renueva, dándonos corazones y espíritus nuevos que son rectos en lugar de pecadores. Y con esta nueva naturaleza, somos por primera vez capaces de amar a Dios y someternos a su Palabra, y por lo tanto obtener sus bendiciones.
Claro, nuestra redención no está aun completa, así que incluso con nuestra nueva naturaleza, seguimos siendo tentados por el pecado. Por esta razón en Marcos capítulo 10 versículo 18 Jesús dijo:
Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. (Marcos 10:18)
La humanidad redimida tiene una medida de bondad, pero no somos seres perfectos como lo es Dios. Aun así, nuestras nuevas naturalezas hacen posible que Dios nos bendiga de maneras maravillosas.
Con esta comprensión de nuestra naturaleza redimida en mente, debemos pasar a la restauración de la voluntad que empieza cuando experimentamos la redención.
Voluntad
Nuestra voluntad es nuestra facultad personal de decidir, escoger, desear, esperar, y pensar. Como hemos visto, la caída en el pecado hizo imposible que usáramos nuestros deseos de maneras puras y rectas. Pablo describió esta corrupción en términos de la esclavitud, enseñando que nuestros deseos caídos, no-redimidos están esclavizados al pecado que mora dentro de nosotros. Debido a esta esclavitud al pecado, no tenemos la capacidad de tomar decisiones que agraden a Dios, y no tenemos ningún deseo de agradarlo. Pero cuando venimos a la fe en Cristo, la esclavitud de nuestros deseos al pecado se rompe, de tal manera que ya no somos forzados a desear y escoger el pecado. Es más, el Espíritu Santo mora dentro de nosotros, fortaleciendo y llevando nuestros deseos a amar y obedecer al Señor.
El Señor habló de este aspecto de redención en Ezequiel capítulo 36:27, dónde ofreció esta bendición en compañía de la redención:
Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente mis ordenanzas. (Ezequiel 36:27 [LBDLA])
Como lo escribió Pablo en Filipenses capítulo 2 versículos 12 al 13:
Lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad. (Filipenses 2:12 – 13[NVI])
Ahora, debemos recordar que la renovación de nuestra voluntad no resuelve completamente el problema del pecado en nuestras vidas. El pecado sigue morando en nosotros, así que constantemente debemos luchar contra él. Pero esta es la diferencia: nosotros ya no estamos esclavizados por el pecado, ni forzados a su voluntad. Aun así, puede ser muy difícil resistirse al pecado.
Pablo describió esta lucha en Romanos capítulo 7 versículos 21 al 23, dónde escribió estas palabras sobre la vida cristiana:
Cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. (Romanos 7:21 23 [NVI])
Podemos resumir las enseñanzas de la Biblia sobre los deseos humanos de esta manera: En la creación, nuestra voluntad tenía la habilidad tanto de pecar como de resistirse al pecado. Pero cuando la humanidad cayó en el pecado, perdimos nuestra habilidad de resistirnos al pecado. Al mismo tiempo, el pecado vino a morar en nosotros como un amo, esclavizando nuestros deseos.
En la redención, nuestra voluntad se restaura y el dominio del pecado se rompe, así que otra vez podemos resistirnos al pecado. Y el Espíritu Santo mora en nosotros para fortalecernos y motivarnos contra el pecado.
Desgraciadamente, en esta fase presente de redención, el pecado aun mora en nosotros, dejándonos en una lucha entre la influencia del pecado y la influencia del Espíritu Santo.
Pero cuando Jesús vuelva para completar nuestra redención, seremos libres de la presencia del pecado que mora en nosotros, y sólo tendremos la influencia del Espíritu Santo, por lo que jamás escogeremos de nuevo el pecado.
Ahora que hemos considerado nuestra naturaleza y nuestra voluntad, estamos listos para hablar sobre la restauración de nuestro conocimiento cuando somos redimidos.
Conocimiento
Como antes, nuestro análisis sobre el conocimiento se dividirá en tres partes. Primero, hablaremos sobre nuestro acceso a la revelación; segundo, nuestro entendimiento de la revelación; y tercero, nuestra obediencia a la revelación. Comencemos viendo como nuestro acceso a la revelación se restaura en la redención.
Acceso a la Revelación
Como usted recordará, la caída bloquea de manera importante el acceso de la humanidad a la iluminación del Espíritu Santo que es un don divino de conocimiento o entendimiento, que es principalmente cognoscitivo.
También vimos que la caída limita nuestro acceso a la guía interna del Espíritu Santo que es un don divino de conocimiento o entendimiento, que es principalmente emotivo o intuitivo.
Pero en la redención, tenemos mayor acceso a estos ministerios del Espíritu Santo. En lugar de simplemente darnos la revelación necesaria para condenarnos, el Espíritu nos convence de la verdad del evangelio y de muchas otras cosas que son parte de nuestra salvación. Él hace que nuestra conciencia sea sensible al carácter de Dios y nos da intuiciones piadosas. Por ejemplo, escuche las palabras de Juan en 1 de Juan capítulo 2 versículo 27:
Pero la unción que vosotros recibisteis de él… os enseña todas las cosas.
(1 Juan 2:27)
En Efesios capítulo 1 versículo 17, Pablo habló de iluminación y guía interna de esta manera:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. (Efesios 1:17)
Además de restaurar nuestro acceso a la revelación, la redención también restaura nuestro entendimiento de la revelación, de igual manera a través del ministerio del Espíritu Santo.
Entendimiento de la Revelación
Como hemos visto, la caída hizo que nos volviéramos enemigos de Dios y que nos resistamos a su verdad, de tal manera que en lugar de aceptar el verdadero conocimiento de Dios, nos engañamos y creemos mentiras.
Pero cuando pasamos a ser salvos, el Espíritu Santo cambia nuestros corazones, haciendo que amemos a Dios en lugar de odiarlo. Y renueva nuestras mentes de tal manera que podemos tomar las verdades que Dios revela.
En 1 de Corintios capítulo 2 versículos 12 al 16, Pablo explicó nuestro entendimiento redimido de la revelación de esta manera:
Hemos recibido… el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido… Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1 Corintios 2:12 – 16)
Sin el Espíritu de Dios morando en nosotros, no podríamos entender la verdad de Dios. Nuestra rebelión contra Dios confundiría nuestra razón, y creeríamos toda clase de errores sobre el carácter y obras de Dios. Pero el Espíritu Santo guarda nuestros corazones y nuestras mentes, destruyendo la habilidad del pecado de engañarnos, y dándonos el poder de entender la revelación. Escuche las palabras de Pablo en Colosenses capítulo 1versículo 9:
Desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. (Colosenses 1:9)
Pablo sabía que ningún creyente tiene un entendimiento perfecto de la revelación de Dios. Así que, él oró continuamente por los creyentes en Colosas para que recibieran mayor comprensión. Y al igual que ellos, nosotros también necesitamos la dirección constante del Espíritu Santo para que nuestro entendimiento pueda crecer.
Hasta ahora, hemos visto que la redención restaura nuestro conocimiento, dándonos acceso a la revelación y ayudándonos a formar un correcto entendimiento de la revelación. A estas alturas, estamos listos para hablar de la manera en la que la redención restaura nuestro conocimiento, alentando la obediencia a la revelación.
Obediencia a la Revelación
Previamente en esta lección, describimos la relación entre la obediencia y el conocimiento de dos maneras. Primero, en las Escrituras hay una relación recíproca entre la obediencia y el conocimiento. Y segundo, en la Biblia estas dos ideas son inseparables entre sí.
Y nuestro análisis sobre la manera en la que la redención alienta la obediencia a la revelación seguirá un modelo similar. Primero, hablaremos sobre el hecho de que hay una relación recíproca entre la redención y la obediencia. Y segundo, consideraremos algunas de las maneras en las que puede decirse que en la Biblia estas dos ideas son inseparables una de la otra, es decir, redención es obediencia. Comenzaremos con el hecho de que la redención lleva a la obediencia.
La Escritura deja claro que uno de los rasgos principales de la redención es la obediencia que produce en la vida de los creyentes. Bajo la guía del Espíritu Santo y el poder que mora en ellos, los creyentes tienen un comportamiento diferente al resto del mundo. La humanidad caída odia a Dios y no puede obedecerlo. Pero la humanidad redimida ama a Dios y lo obedece.
El apóstol Juan escribió sobre esta idea frecuentemente, como en 1 de Juan capítulo 2 versículos 3 al 6. Escuche allí a sus palabras:
Sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. (1 Juan 2:3 –6)
Las Escrituras hablan a menudo de este trabajo del Espíritu en términos del fruto del Espíritu. Por ejemplo, en Mateo, capítulo 3, Juan el Bautista pidió que sus discípulos produjeran frutos que demuestren arrepentimiento. Y en Gálatas capítulo 5, Pablo contrastó las cosas malas que produce el pecado en la vida de los no-creyentes con las cosas buenas que produce el Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Escuche las palabras de Pablo en Gálatas capítulo 5 versículos 22 al 23:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. (Gálatas 5: 22 – 23)
Al morar en nosotros y con su presencia redentora, el Espíritu Santo produce el fruto de rectitud en nuestras vidas. Él nos lleva a obedecer a Dios de muchas maneras, para que nosotros exhibamos muchas virtudes morales y espirituales.
Una vez que hemos visto el hecho de que la redención lleva a la obediencia, debemos pasar al hecho de que estas dos ideas son inseparables entre sí, es decir, que ser redimido es obedecer al Señor.
Muchos pasajes en la Escritura indican que la redención y la obediencia son una y la misma cosa. Normalmente, definen a los creyentes como aquéllos que son obedientes al Señor. A veces, esto es porque la conversión a Cristo es un acto de obediencia. Esto incluye cosas como nuestra fe en Cristo y el arrepentimiento de nuestros pecados.
Por ejemplo, en 1 de Pedro capítulo 1 versículos 22 al 23, el apóstol dio esta instrucción:
Al obedecer a la verdad, mediante el Espíritu, habéis purificado vuestras almas para el amor fraternal no fingido. Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro, pues habéis renacido.
(1 Pedro 1:22 – 23 [RV95])
Pedro habló aquí de conversión a Cristo, cuando nacemos de nuevo. Y él identificó esta conversión como la obediencia a la verdad.
Otras veces, la redención es igual a la obediencia porque las personas redimidas son obedientes al Señor de muchas maneras diferentes. Nosotros seguimos sus mandamientos porque le amamos. Como dice Hebreos capítulo 5 versículo 9:
[Jesús] vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Hebreos 5:9)
En este contexto, el autor de Hebreos se estaba refiriendo al continuo trabajo sacerdotal de Jesús en el cielo, por el cual mantiene nuestra salvación a través de su intercesión incesante por nosotros. Él hace esto por todos aquéllos cuyas vidas se caracterizan por su obediencia a él, es decir, por todos los que creen y tienen al Espíritu Santo dentro de sí.
Al considerar la relación entre la redención y la obediencia, el punto que queremos tener presente es este: La redención origina la obediencia a Dios, y la obediencia a Dios origina el conocimiento de Dios y sus caminos.
Recuerde una vez más que la caída corrompió nuestro conocimiento, en parte imposibilitándonos para obedecer al Señor. Propiamente, una manera en la que la redención invierte la maldición de la caída es restaurando nuestra obediencia, que a su vez produce conocimiento de Dios.
A la luz del hecho que la redención restaura nuestro conocimiento de Dios, no debe sorprendernos que la Escritura a menudo resuma la redención en términos del conocimiento de Dios. Este conocimiento consiste en parte de contenido cognoscitivo, como saber los hechos del evangelio. Pero también incluye conocimiento de experiencias y relaciones, como cuando hablamos de conocer a una persona. Esta enseñanza la encontramos en lugares como el Salmo 36 versículo 10; Daniel capítulo 11 versículo 32; y 2 de Juan versículo 1. Cuando Jesús oró en Juan capítulo 17 versículo 3:
Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. (Juan 17:3 [NVI])
Así que, en el periodo de la redención, nuestra bondad innata se restaura en la renovación de nuestra naturaleza, en la restauración de nuestra voluntad y en el nuevo conocimiento de Dios. Y por esta redención de nuestro ser, obtenemos la habilidad de realizar buenas obras – como decir, pensar y hacer aquellas cosas que Dios bendice.
V. CONCLUSIÓN
En esta lección hemos empezado nuestro estudio de la perspectiva existencial estudiando la relación entre la bondad y el ser. Hemos visto la bondad históricamente, empezando con el tiempo de la creación, dónde vimos que la bondad tuvo sus raíces en el ser de Dios, y que la humanidad fue creada con un ser naturalmente bueno. Luego, vimos que la caída destruyó la bondad innata de la humanidad, quitándonos la capacidad de tener una conducta moralmente buena. Y finalmente, vimos que en el periodo de la redención, la bondad de nuestro ser se restaura cuando venimos a la salvación en Cristo, dándonos la capacidad de tener una conducta moralmente buena.
Al trabajar para tomar decisiones bíblicas en el mundo actual, es importante recordar que la verdadera bondad implica que nuestro carácter coincide con el carácter de Dios. Las malas noticias son que somos seres humanos caídos y que el pecado mora en nosotros, y no somos capaces de reflejar la bondad de Dios. Pero las buenas noticias son que cuando el Espíritu Santo nos aplica la redención, él mora en nosotros y nos da una nueva naturaleza, de tal forma que podemos vivir de una manera que Dios aprueba y bendice. Y si mantenemos estos hechos en mente, tendremos una habilidad mayor de contestar nuestras preguntas éticas de maneras que agraden a nuestro glorioso Señor.